martes, 26 de junio de 2007



Huérfana

Aunque ella en medio de los hombres viva,

por un desierto caminando.


Los poetas

Platón espantó a las abejas que libaban

su miel en sus divinos labios.


Volúmenes de poesía


Inmaculadas joyas literarias y luminosos cánticos

que celebran la aurora crepuscular de ese ideal.



Advenimiento de grandes esperanzas


¿No escucháis un rumor desconocido,

murmullo subterráneo y misterioso?

suena como el preludio indefinido

de un canto melodioso.


La muerte

Allá va el esqueleto armado

con una guadaña.



Susurros


Injusto tu rechazo, mi amor. La supuesta indisposición no era sino un mero subterfugio para alejarte. ¿O para excitarme como el torero al animal, antes de acertar el golpe de gracia? Hoy, ¿por qué esa actitud esquiva, amurallada, fría, lejana? ¿Acaso el arrobamiento fue tan sólo una comedia cuando alzaste apenas, ex profeso, el borde de tu falda, dejando al descubierto el contorno de tus piernas? Me susurrabas al oído lo mucho que yo significaba para ti. Tu suspiro cálido se deslizaba por mi cuello, cual yesca encendida quemándome las entrañas. Te abandonabas a mis caricias, explorando con ávida mano la sinuosidad de tu cuerpo incitante, trémulo de placer, trampolín para alcanzar la sima inefable de la voluptuosidad. la distancia, lejos de escamotear, inflamará aún más la pasión que irradia incontenible en mi pecho. De seguro nadie podrá estremecer tu cuerpo como las caricias que te prodigaba. ¿No te dije que siempre iba a ser así, cuando nos jurábamos amor eterno?



Vagabundo urbano


Camina cabizbajo y tambaleante, las manos hundidas en el raído y sucio abrigo, sin rumbo en un incesante devenir. Arrastra su miseria por las calles de la gran ciudad. Tal vez ha pasado la noche echado en un banco, como tantas veces. Inadvertido en el enjambre humano, no escucha el rugir de los motores de cientos de vehículos en infernal torbellino, no ve el centellear de los escaparates de las tiendas, indiferente al paso de la gente presurosa en sus quehaceres.

Es mediodía, se adentra en el centro, cruza Plaza de Armas entre otros vagos que usan como lecho los escaños de la plaza desvergonzadamente. De pronto choca con una muchedumbre, en medio de la cual un Santón hipnotiza a los presentes con su verborrea. Parado detrás, el vagabundo presta atención, o al menos así parece. Es el momento que espera el charlatán, se abre paso entre los papanatas, atrapa al pobre diablo por un hombro y con la biblia en lo alto dispara su diatriba.

Sorprendido el errante permanece quieto, indeciso, con la cabeza gacha, sin atinar. Se desprende del predicador, mueve la cabeza con un vaivén y hace caso omiso a sus intenciones. Enfunda de nuevo las manos en su lastimosa indumentaria y con paso cansino se aleja con la mirada baja y solapada, dirígese al bulevar donde es engullido por el monstruo alucinante de mil cabezas.



Alegoría a Pablo Neruda


Nunca su pluma fue vencida

por las tinieblas del odio y la ignorancia,

asida siempre en generosa lid.

Era del pueblo, el hermano, el padre.

Gloria y honor al poeta ciudadano

¡eterna gloria al vate que un día se alejó!

Estrecha la mano que el mundo

te tendió como amigo y como hermano

que cree sentir corazón profundo.

Vuelve a tomar la pluma creadora,

canta a Dios y a la patria tu desvelo

y une tu voz sonora

a la voz de los ángeles del cielo.



Niña que perdió su pelota en la plaza


Denisse jugaba con sus amiguitos estrenando su nuevo juguete.

Por su buen comportamiento en el colegio, sus padres le habían regalado una hermosa pelota. Mientras hacían pases de baloncesto, el balón rebotó violentamente en un árbol, disparándose a perder. De inmediato se abocaron en su búsqueda por largo rato y ¡oh! misterio, la pelota había desaparecido. Desconsolados se miraban entre sí, sin entender.

Rato después se plantó delante del grupo un pequeño niño acompañado por su mascota. Dirigiéndose a los presentes, que apenas habían notado su presencia, preguntó si habían perdido algo. Se acallaron los lamentos; se aquietaron los alborotos. Denisse sorprendida y molesta respondió de mala gana:

_ ¡Perdimos nuestra pelota, cosa extraña, no la podemos encontrar! ¡Pareciera que un ser invisible se la ha llevado!

Entonces el pequeño visitante extrajo lo que escondía detrás suyo. En sus manos blandía la pelota ante la sorpresa y admiración de los afectados, originando espontáneos aplausos al benefactor.

Como corolario el niño contó lo siguiente: “Mi perro probablemente se hallaba en la espesura en los momentos que el objeto cayó sobre él. Y, como fue entrenado para tales menesteres, llevó el objeto hasta mi casa. Entonces deduje que podría ser de los niños que jugaban en la plaza, porque los había visto con la pelota.”

De esta forma se disipó el misterio y volvió la alegría y algarabía. Denisse y compañía se alejaron saltando y riendo. No sin antes pedir al pequeño niño que se acoplara a sus juegos.

Aceptó encantado.



Interrogantes y respuestas


¿Y que, tal vez algún día, llegaremos a conocer?

Cual tropel de animales salvajes se apiñan en la mente toda suerte de sentimientos encontrados al tenor de la muerte.

¿Cuáles son entonces las instancias, ese principio fundamental por el cual los seres humanos debieran comparecer ante un ser supremo después de la muerte?

¿Cómo averiguar el sino misteriosos e insondable que nos hace creer, viajar por vastas extensiones del espacio cósmico, o posar en el edén celestial junto a los serafines del cielo?

Llegar hasta Dios.

He ahí el idealismo de los humanos cesados de la vida. Serán escuchados y confesarán sus transgresiones y yerros. Luego se abrirán para ellos las puertas del paraíso, traspasando el umbral soñado.

¡Es la virtud de la fe!

¡La fe es la rueda que gira en torno a la existencia!, es la que fortalece la convicción a cerca de la vida y de la muerte. Esa es su fuerza, ese es el ascendiente, la esperanza. Erróneo o no, pero consuelo al fin.



Por los caminos de la soledad

Yo no sé dónde fue a morir

mi acento.

Tembló mi instinto y se

perdió en el tiempo

Tu partida fue el tormento. Y con ello extraviose mi creación poética; todo fue frustración, aflicción, porque la inspiración de mi canto que había brotado de mi espíritu cual llama sagrada, fue cercenada cruelmente, transformándose en pobre e informe argamasa estéril. Te llevaste _ junto con mi corazón_ mi lenguaje, mi voz, mi genio creativo. En suma, asesinaste mi ideal más preciado que constituía la vida toda. Fuiste la musa de mi más cara ambición; la única ley que me regía, el único código fecundo capaz de reverdecer mi existencia. He aquí, pues, la caída al infierno, a la desolación, al marasmo. Todo mi ser es algo inútil y grisáceo. Me asaltan pensamientos tan absurdos y bárbaros, como los extravagantes desvarío de un borracho. Mi obra no es sino un abominable aborto.

¡Sí, ya sé, ya sé, que no sólo yo sufro! ¡Nunca más para nosotros volverá a ser igual! Sin embargo espero, pobre de mí, que algún día se produzca el milagro de poder ver de nuevo un esbozo de sonrisa en tus labios. Renacerá entonces la vida que hoy está al borde del abismo, abrumado por el tedio, el cansancio, la fatiga, y el escepticismo más grosero; ese escepticismo que juzga, habla y reacciona como si estuviera en las sombras. ¿Quién de nosotros, quien de todos los que hemos buscado en la poesía la expresión excelsa de nuestros sentimientos, quien no ha tenido que luchar con demonios y luchar a todo trance y aún con la seguridad de ser rechazado, pero no vencido?.

Esta es, si es posible serlo más, mi vida desdichada y sórdida por la hasta hoy irreparable pérdida. Quiera Dios que anide en tu pecho la verdad y cedas al imperio de la luz para que tu regreso sea el triunfo de la gloria imperecedera. ¿Podrá mi acento resucitar un día lo lejano, por la esperanza sublime del amor. Y dejar de temblar mi instinto que se perdió en el tiempo?



Niño caminando por la calle

después de la lluvia


Día húmedo y frío. Corría un airecillo que cortaba la cara. Ni trazas que pudiera llover. Sin embargo, ya en medio del bulevard, se dejó caer el chaparrón con toda su furia. El cruel invierno suele sorprendernos y desconectarnos a la vez. Próximos a una marquesina, me refugié a su alero. El techo de cristal fue azotado violentamente por los goterones, gimiendo al fuego graneado. Todo indicaba que iba para rato. Los transeúntes esparcíanse por doquier, huyendo como acosados por alguien, para escapar de la lluvia. Sin embargo, poco a poco, fue disminuyendo y luego cesó totalmente. No sé porqué razón permanecí un tiempo más en el lugar. Eché mano a un cigarrillo y mientras fumaba displicentemente me dediqué a observar a la multitud. Prontamente la caterva, ese torbellino humano, de nuevo salía de sus cientos de escondrijos. Vendedores ambulantes, artistas callejeros, voceadores de noticias; retomaron sus respectivos puestos. De nuevo se había arremolinado gente alrededor del saltimbanqui.

Estaba a punto de marchar cuando lo vi. AL momento me llamó la atención por su cuerpecito enclenque y flacuchento, seguramente mal alimentado. Apenas si estaba cubierto por una vestimenta, más grande que su talla, pues todo el conjunto flotaba en él. Era un niño caminando por la calle después de la lluvia, tambaleante, con su ropa empapada. Seguramente que el aguacero lo sorprendió en algún espacio abierto donde no pudo guarecerse oportunamente. La escena me chocó profundamente. No cabe duda que es un niño abandonado, de los cientos que merodean por las calles. No obstante, el pequeño, como todos los niños de su edad, ingenuamente e ignorante de su situación, chapoteaba en las pozas que se habían formado, sin importarle que pudiera caer de nuevo la lluvia. No sabe en la indefensión en que se halla y los peligros que le acechan en cada esquina o en algún rincón de la gran ciudad.

Después, sigue su caminar errante por el bulevard, siempre con la mirada baja y sombría que refleja un porvenir incierto, el niño vagabundo escabullíase entre el gentío y, finalmente, no fue sino un simple detalle, un accidente más en la descolorida y gris masa humana que circulaba indiferente.



Último Agosto


Don Narciso frisa por los ochenta, pero bien llevados y en buena forma. Aún es ágil y con cierto vigor. Con amigos y parientes acordaron celebrar el deceso y la ida del temible agosto, tal como ocurrió el año anterior. Pidió juntarse en su casa al anochecer para partir desde allí en grupo al establecimiento. La de hoy es reunión muy importante, toda vez que se acordó formar un club cuyo estatuto y rótulo se va a fijar en esta oportunidad.

Su esposa, muy diligente ella, como buena dueña de casa, lo ayuda en su preparación. Asea, cepilla y plancha su atuendo, el viejo terno azul marino oscuro a rayas blancas. Su fiel traje que lo acompañaba en los magnos acontecimientos. Familiares habíanle insinuado la necesidad de hacer cambios en su vestuario, acorde a los tiempos. Él se oponía y perseveraba en su gastado traje, que luce orgulloso. A lo mejor esa manía de adulto en edad senil lo hace proceder de esa forma.

Lo cierto es de don Narciso siente como que la vida le pesa demasiado. Hoy, su mirada hacia los demás y de ver las cosas es distinta. Decide descansar un poco y se arrellana en su sillón predilecto. Cierra los ojos y deja vagar la mente. El letargo se apodera de él y se abandona al dulce y apacible sueño.

Sus amigos y socios que han llegado y cuyos vehículos esperan ansiosos prestos a partir, se congregan en una sala contigua en animada charla. De pronto un grito, un alarido de espanto rasga el aire y traspasa los muros como un dardo. Se precipitan al unísono al lugar del clamor. Allí yace la esposa sobre el cuerpo de don Narciso, ahogada en ronco sollozo. Tan fuertemente adherida está que en los primeros instantes no pueden sacarla. Luego, con ayuda de familiares, los presentes, no sin esfuerzo, la retiran al fin del cadáver.

Afuera, en la calle, los choferes tocan las bocinas apurando a los comensales.



Ayer te vi llorar


Mi amor:

¡Ayer te vi llorar! Tu pecho abatido y anhelante en vano reprime el dolor. Pobre niña sofocada por el llanto. ¿Recluida en tu cuarto? ¡Infames, déspotas, retrógrados! ¡Hacedores del mal! ¿Qué demonio los empujó a cortar las alas de un ángel? Sí, son los mismos canallas que han osado pedir favores y prebendas Ellos, en complicidad con tu padre, cometieron la infamia. En mi fuero interno presentía el desastre; aunque sin fuerzas para impedirlo. Finalmente cayó el telón y - vaya ironía del destino – ocurrir precisamente en aquel refugio donde respiraba y vivía el amor. Fuente pura de pasión y deseo. Principio de nuestros sueños. La imaginación volaba hacia lugares paradisíacos y lejanos, al compás de la brisa que el mar calmo mece. Y que ¡oh paradoja! A veces precede a la tormenta.

Día primaveral. Disfrutábamos la tarde soleada, alegre y desaprensivamente. De pronto, un bochornoso incidente nos volvió violentamente a la realidad. Tu padre, en forma impertinente, irrumpió en el jardín. Tuvo un comportamiento no acorde a su condición de caballero, expresándose groseramente. Dirigiose a mi persona gritando en voz alta: “Usted es un desagradecido. Se ha propasado con mi hija, faltándole el respeto aquí en mi casa, a ella y a mí. No ha tenido en cuenta que es una niña aún”. Naturalmente que defendí con calor mi postura. Además le hice ver mi malestar por imputación tan desprovista de fundamento y juicio; pero todo fue inútil. En alguien que carece de sensibilidad, que se muestra siempre de una manera hosca, sin tacto, con aire distante y frío, no se puede argumentar. Cabe la conjetura que fui víctima de una encerrona alentada por otros y llevada a cabo por el que tenía al frente, tu padre. Luego, dio la señal para que regresases a tu habitación. Hizo caso omiso de mi defensa ordenando que yo fuera despedido inmediatamente. El mandato no se hizo esperar, el que se llevó a cabo sin miramiento alguno. Eso sí con una advertencia draconiana: prohibición de frecuentar la casa y, por cierto, abstenerse de argucias y pretextos con el propósito de contactarse con la reclusa. Contrario al dictamen, será causal suficiente para proceder y atenerse a las consecuencias.


¿Cuánto rato permanecí allí, debajo de tu ventana? Por momentos perdía la noción del tiempo. Acurrucado en el suelo, hecho un ovillo, anhelaba ardientemente el instante de poder verte; ya que mantener una conversación era menos que imposible. Temblaba ligeramente como si tuviera frío. Así, echado en la dura tierra, enfrenté la noche.

Lentamente, suavemente las sombras habían avanzado envolviéndolo todo. Desde lejos llegaba apenas el sonido del carillón de una iglesia, anunciando las diez. Junto con ello recobré, al fin, mi lucidez. En buena hora, porque de pronto, cerca de donde yo estaba, escuché un ruido como en sordina. A medida que se aproximaba logré averiguarlo. Eran pisadas de alguien que caminaba solapada y muellemente para atenuar el trajín. Algo así como un cazador furtivo, presto a tirar sobre la presa. A la luz mortecina de una luminaria surgió una silueta negruzca que me pareció conocer. ¡Sí, claro, ahora pude percatarme bien cuando el resplandor del foco dio de lleno sobre el intruso! Un estremecimiento de terror recorrió mi cuerpo. No era otro que… tu padre. ¡Sí, tu padre con un arma de fuego en sus manos, amenazante! Sus ojos escudriñaban persistentemente la espesura tratando de descubrir algo. En ese momento pensé que él no dudaría en activar el arma al ubicar su objetivo. Sigilosamente, cual felino en la oscuridad, emprendí la retirada.

Hasta hoy no creo en el derrumbe de nuestro amor. Tengo el pálpito que habrá una nueva aurora. No sabes cuánto me hiere el saber que todavía permaneces en prisión, quizás con el corazón hecho trizas. Sin embargo existe un destello de esperanza al encontrar un medio por el cual tendremos comunicación permanente. Para ello contaremos con la complicidad de una amiga en común. Tú la conoces bien y es de fiar. No cualquiera puede penetrar tu vigilado círculo familiar. Y sí, ella puede hacerlo porque tiene acceso. Es la portadora de la presente carta y en adelante nuestra celestina y correo clandestino. Si puedes enviar algo tuyo, bienvenido sea. Apenas terminé la misiva me volvió el optimismo y la confianza. Esa confianza que anima a los jóvenes ante lo imposible. Sobre todo si se trata de la mujer amada. Te envío mil besos y perdóname por los términos tan duros que he empleado.

Siempre tuyo.



Las joyas de la señora Ernestina


El “Rucio” revisa el obituario y va registrando cuidadosamente los datos. De este modo llega a la cita funeraria. Sus pasos lo encaminan hasta la casa de doña Ernestina Sotomayor, en cuyo domicilio velan sus restos. Después de entregar las condolencias de rigor, se escabulle disimuladamente y recorre las dependencias, atento a todo lo de valor. En su inspección, escucha una conversación en otra pieza. Pone oído atento. Una voz dice: “No queda otra cosa que cumplir con la decisión póstuma de la difunta. Debe ser sepultada con sus joyas”. “No obstante _ agregó otra voz_ que, a pesar de su avanzada edad, doña Ernestina no previó para cuándo su muerte. Razón por la que deberá ser inhumada transitoriamente en sepultura de tierra”. La imaginación y el oportunismo despertaron la ambición del “Rucio”. Acelerados bullían en su cabeza una serie de acontecimientos, en los que iba a ser primer protagonista. La divina suerte, al fin, lo había tocado. Que se da una vez en la vida y esta es la suya.

A la siguiente noche, conforme a su plan y acompañado del “Laucha”, ingresaron por un boquete que hay en el muro del cementerio, oculto en forma natural por la profusión del follaje en el sitio colindante. Primero lo hizo el “Rucio”, con decisión y resuelto a todo. Lo siguió el “Laucha”, vacilante y temeroso. No es para menos, pues sufre de fobia en el campo santo. Sin embargo la expectativa del dinero fácil y rápido, terminó cediendo a los requerimientos de su compinche.

Caminaron agazapados en la oscuridad. Tras un rato buscando, al fin encuentran la tumba. El “Rucio”, previsor, echó en un bolso un par de palas y una linterna. En forma frenética empiezan a cavar la tierra húmeda. Faltando una hora para el amanecer, tocaron madera. El “Rucio” emocionado palpó el féretro. ¡AL fin el tesoro, su tesoro! ¡Con sólo levantar la tapa será de ellos definitivamente! El “Laucha”, nervioso e impaciente, se acercó, pero no pudo hacer funcionar la linterna. Por fin cuando proyectó luz, un grito de espanto salió de su garganta. Saltó hacia atrás, cual si lo arrastrara un resorte, cayendo exánime a un costado. El “Rucio”, transfigurado de miedo, reunió el poco valor que le quedaba y, poco a poco, con cautela se aproximó al cajón. Lo que descubrió allí fue un montón de huesos momificados, cuya calavera parecía mirar desconcertada a través de dos agujeros negros. Del cadáver de la señora Ernestina y de sus joyas nunca más se supo. Lleno de frustración y pavor ganó la superficie y emprendió la fuga.

Las avecillas iniciaban su gorjeo anunciando el alba.